martes, 5 de marzo de 2013

Sobre la Belleza Musical


En la imaginación, siempre se representa a los ángeles con instrumentos musicales, de alguna manera eso refleja de forma inmediata  su vida interior. El arte es una imitación de esa espontaneidad perfecta -es la identidad de la intuición y la expresión de aquellos que pertenecen al reino de los cielos que se halla en nosotros-. Por eso el arte está más cerca de la vida que ninguna otra cosa.   


La Religión nos dice que el éxtasis, el amor y el arte nos ofrecen ya un ade­lanto de la redención. Este mismo sentido lo podemos encontrar en la idea de la catar­sis de los griegos, o en la estética de la Europa moderna cuando dice Goethe:

La belleza se ha buscado en todas las épocas. Aquel que la percibe se libera de sí mismo.

 Así, la experiencia de la contemplación estética nos da la seguridad de que el paraíso existe. 


 En la tierra es preciso que la au­diencia escuche más la canción misma que la ejecución concreta de esa canción, y aquellos que tienen sentido musical perfeccionan la interpretación de la música me­diante la fuerza y la emoción de su propia imaginación. En estas condiciones la música se aprecia mejor que cuando se hace una condición sine qua non de la perfección sensible de la voz; de la misma manera que la convicción es preferible al encanto: «es como la pobreza exterior de Dios cuando su gloria se manifiesta en toda su
desnudez».  





En la interpretación tradicional y metafísica de la técnica musical, podemos apreciar unos elementos inamovibles y otros variables, de alguna forma, factores masculinos y femeninos que se uni­fican en una forma perfecta. Tenemos sonidos  que se escuchan antes de la canción, durante la canción y que continúa después de ella: representa el absoluto intemporal que es ahora como fue en el principio y que siempre será así. Por otro lado tenemos la canción concreta que es la variedad de la naturaleza, surgiendo de su fuente originaria y regresando a ella al final del ciclo. La armonía que surge entre esta base uniforme y las complejas formas que sobre ella se dibujan es la unidad del espíritu y la ma­teria.




Sobre este tema, Ra­bindranath Tagore escribió:
Cuando era muy joven escuché la canción «¿Quién te ha vestido de extranjera?», y esta frase de
la canción dibujó en mi mente una imagen tan extraña que todavía hoy resuena en mi memoria. Una vez intenté componer yo mismo una canción a partir de esta frase, y, tarareando la melodía, escribí la primera frase de la canción: «Yo te conozco a ti, extranjera». Comprendí que, si esta frase no estu­viese acompañada de su melodía, seguramente la letra de la canción perdería todo su significado. Pero el poder hechizante de esta melodía era tal que evocaba en mí mente la misteriosa imagen de la ex­tranjera. Mi corazón empezó a decir: «Hay una extranjera que va y viene en este mundo nuestro. Su casa está en la otra orilla de un océano de misterio; a veces se la puede ver en las mañanas de otoño, a veces en la florida medianoche, algunas veces recibimos una insinuación suya en el fondo de nues­tros corazones, a veces oigo su voz cuando vuelvo mis oídos hacia el cielo».


La melodía de mi canción me llevó hasta la misma puerta de esa extranjera que atrapa al uni­verso y aparece en él, y dije:

«Deambulando por el mundo
he llegado a tu tierra:
soy un huésped a tu puerta, oh extranjera».

Un día, tiempo después, alguien iba por un camino cantando:

«¿Cómo puede ese pájaro desconocido entrar y salir de la jaula? Si pudiera atraparlo, ¡ataría las cadenas de mi mente a sus pies!». Me di cuenta de que ¡aquella canción popular decía exactamente lo mismo! A veces ese pájaro desconocido viene a la jaula cerrada y nos habla de lo infinito de lo desconocido -la mente querría recordarlo siempre, pero no puede-. ¿Qué otra cosa puede haber más que la melodía de esa canción para recordarnos las idas y venidas de ese desconocido pájaro? Por esta razón siempre siento muchas dudas a la hora de publicar un libro de canciones, porque en ese libro lo más importante se quedaría fuera.