domingo, 16 de enero de 2011

El Corazón y el Cerebro


Corazón y Cerebro

“La Cruz es el signo cósmico por excelencia. Tan lejos como es posible remontarse en el pasado, la Cruz representa lo que une lo vertical y lo horizontal en su doble significación; ella hace participar, al movimiento que les es propio, de un solo centro, de un mismo generador…  Tiene inherentemente un sentido metafísico , este signo capaz de responder tan completamente a la naturaleza de las cosas.  


Al haberse convertido en el símbolo casi exclusivo de la crucifixión divina, la Cruz no ha hecho sino acentuar su significación sagrada. En efecto; si desde los orígenes ese signo fue representativo de las relaciones del mundo y el hombre con Dios, resultaba imposible no identificar la Redención y la Cruz, no clavar en la Cruz al Hombre cuyo Corazón es en el más alto grado representativo de lo divino en un mundo olvidado de ese misterio. 

Cristo es más que un hecho histórico, más que el gran Hecho de hace dos mil años. Su figura es de todos los siglos. Surge de la tumba a donde baja el hombre relativo, para resucitar incorruptible en el Hombre divino, en el Hombre rescatado por el Corazón universal que late en el corazón del Hombre, y cuya .sangre se derrama para salvación del hombre y del mundo.


 Una forma particular e inferior de esta visión de la cruz, es la que podemos considerar  bajo el particularismo racional y ver en ella la representación de la razón o del cerebro. Desde este punto de vista lo racional representa todo lo que podemos colocar en esa cruz o eje de coordenadas cartesianas.  Todo ese campo racional es así determinado por la dualidad del eje horizontal o eje de abcisas y el eje vertical o eje de ordenadas. Estas dos determinaciones tienen origen en el cero, llamado el origen de coordenadas.
Centrados en esa cruz arquetípica podemos ver, como en la iconografía, que se encuentra entre el Sol y la Luna. 


A estas dos luminarias se las podría considerar como representantes, en el cielo, del corazón y el cerebro humanos. Así vistos representarían  los dos polos, es decir,  los dos elementos complementarios.  Estas dos luminarias, equilibradas con la cruz, su oposición se encuentra ya conciliada y resuelta.  Con todo, este punto de vista muestra su insuficiencia, pues deja subsistir, pese a todo, una dualidad: que hay en el hombre dos polos o dos centros, entre los cuales, por lo demás, puede existir antagonismo o armonía según los casos. En verdad cuando se lo encara desde arriba esta dualidad se vé como complementaria, pero desde un estado inferior  se la ve como oposición, desunión o descentramiento, y que, esta forma de ver caracteriza propiamente al hombre caído, o sea separado de su centro original. 


 En el momento mismo de la caída Adán adquiere “el conocimiento del bien y del mal” (Génesis, III, 22), es decir, comienza a considerar todas las cosas según el aspecto de la dualidad; la naturaleza dual del “Árbol de la Ciencia” se le aparece cuando se encuentra expulsado del lugar de la unidad primera, a la cual corresponde el “Árbol de Vida”.


Ya hemos dicho que el corazón se asimila al sol y el cerebro a la luna. Ahora bien; el sol y la luna, o más bien los principios cósmicos representados por estos dos astros, se figuran a menudo como complementarios, y en efecto, como repetimos, lo son desde cierto punto de vista; se establece entonces entre ambos una suerte de paralelismo o de simetría, ejemplos de lo cual sería fácil encontrar en todas las tradiciones.
Así, el hermetismo hace del sol y la luna (o de sus equivalentes alquímicos, el oro y la plata) la imagen de los dos principios, activo y pasivo, o masculino y femenino según otro modo de expresión, que constituyen ciertamente los dos términos de un verdadero complementarismo.


 Según las apariencias de nuestro mundo, el sol y la luna tienen efectivamente papeles comparables y simétricos, siendo, según la expresión bíblica, “los dos grandes luminares, el luminar mayor como regidor del día y el luminar menor como regidor de la noche” (Génesis, 1, 16); y algunas lenguas extremo-orientales (chino, annamita, malayo) los designan con términos que son, análogamente, simétricos, pues significan “ojo del día” y “ojo de la noche” respectivamente. Empero, si se va más allá de las apariencias, no es posible ya mantener esa especie de equivalencia, puesto que el sol es por sí mismo una fuente de luz, mientras que la luna no hace sino reflejar la luz que recibe de él. La luz lunar no es en realidad sino un reflejo de la luz solar; podría decirse, pues, que la luna, en cuanto “luminar”, no existe sino por el sol.


 Estas consideraciones nos indican que lo que es válido para el sol y la luna lo es también  para el corazón y el cerebro, o,  mejor dicho, de las facultades a las cuales corresponden esos dos órganos y que están simbolizadas por ellos, es decir, la inteligencia intuitiva y la inteligencia discursiva o racional. El cerebro, en cuanto órgano o instrumento de esta última, no desempeña verdaderamente sino un papel de “transmisor” o, si se quiere, de “transformador”; y no sin motivo se aplica la palabra “reflexión”  o “especulación” al pensamiento racional, por el cual las cosas no se ven sino como en espejo, quasi per speculum, como dice San Pablo.




 No sin motivo tampoco una misma raíz, man- o men-, ha servido en lenguas diversas para formar los numerosos vocablos que designan por una parte la luna (griego menê, inglés moon alemán Mond), y por otra la facultad racional o lo “mental” (sánscrito manas, latín mens, inglés mind), y también, consiguientemente, al hombre considerado más especialmente según la naturaleza racional por la cual se define específicamente (sánscrito mànava, inglés man, alemán Mann y Mensch). 


La razón, en efecto, que no es sino una facultad de conocimiento mediato, es el modo propiamente humano de la inteligencia; la intuición intelectual puede llamarse suprahumana, puesto que es una participación directa de la inteligencia universal, la cual, residente en el corazón, es decir, en el centro mismo del ser, allí donde está su punto de contacto con lo Divino, penetra a ese ser desde el interior y lo ilumina con su irradiación.


La luz es el símbolo más habitual del conocimiento; es, pues, natural representar por medio de la luz solar el conocimiento directo, es decir, intuitivo, que es el del intelecto puro, y por la luz lunar el conocimiento reflejo, es decir, discursivo, que es el de la razón. Como la luna no puede dar su luz si no es a su vez iluminada por el sol, así tampoco la razón puede funcionar válidamente, en el orden de realidad que es su dominio propio, sino bajo la garantía de principios que la iluminan y dirigen, y que ella recibe del intelecto superior.


 De esta raíz (Man, Men)  viene también el nombre del “mes” (latín mensis. inglés month, alemán Monat), que es propiamente la “lunación”, “menstruación”, “mensualidad”. A la misma. raíz pertenece igualmente la idea de “medida” (lat. mensura) y a la división o reparto. La luna mide el tiempo y el reparto como es representada en diversos ritos como por ejemplo los del ojo de Horus o los de división por siete en los ritos ceremoniales del ritual del peyote en la Iglesia Nativa Americana.


 La memoria se encuentra también designada por palabras similares (griego mnésis, mnêmosynê); en efecto, ella también no es sino una facultad “reflejante”, y la luna, en cierto aspecto de su simbolismo, se considera como representante de la “memoria cósmica”.
El altar del fuego en el ritual del peyote. El fuego representando al sol y las brasas y cenizas repartidas están conformadas en la luna.

  De esta raíz también proviene el nombre de la Minerva (o Menerva) de los etruscos y latinos; es de notar que la Athênea de los griegos, que le está asimilada, se considera nacida del cerebro de Zeus y tiene por atributo la lechuza, la cual, en su carácter de ave nocturna, se refiere también al simbolismo lunar; a este respecto, la lechuza se opone al águila, que, al poder mirar al sol de frente, representa a menudo la inteligencia intuitiva o la contemplación directa de la luz inteligible.

El Espíritu sobre las aguas

Entre los estados  de la inteligencia en virtud de los cuales alcanzamos la verdad, hay unos que son siempre verdaderos y otros que pueden dar en el error. El razonamiento está en este último caso; pero el intelecto es siempre conforme a la verdad, y nada hay más verdadero que el intelecto.  De esta manera el conocimiento de los principios, o conocimiento metafísico, no es una ciencia sino que es un modo de conocimiento, superior al conocimiento científico o racional.  Así concebido solo el intelecto es más verdadero que la razón que edifica la ciencia; por lo tanto, los principios pertenecen al intelecto.  Sobre el carácter intuitivo del intelecto, Aristóteles  dice: “No se demuestran los principios, sino que se percibe directamente su verdad”.    Santo Tomás de Aquino también repetía:  “La Razón designa un discurrir por el cual el alma humana llega a conocer una cosa a partir de otra; pero intelecto parece designar un conocimiento simple y absoluto (de modo inmediato, en una primera y súbita captación, sin movimiento o discurso alguno) De Veritate,   


Esta percepción directa de la verdad, esta intuición intelectual y suprarracional,  es verdaderamente el “conocimiento del corazón”, según una expresión frecuente en las doctrinas orientales. Tal conocimiento, por lo demás, es en sí mismo incomunicable; es preciso haberlo “realizado”, por lo menos en cierta medida, para saber qué es verdaderamente; y todo cuanto pueda decirse no da sino una idea más o menos aproximada, inadecuada siempre.

El ojo de Horus y sus partes

La razón no es sino una participación más o menos lejana, un reflejo más o menos indirecto, como la luz de la luna no es sino un pálido reflejo de la del sol. El “conocimiento del corazón” es la percepción directa de la luz inteligible, esa Luz del Verbo de que habla San Juan al comienzo de su Evangelio, Luz irradiante del “Sol espiritual” que es el verdadero “Corazón del Mundo”.


Si como dice Goya en uno de sus grabados vistos bajo la perspectiva de la revolucionaría “luz de la razón”: “El sueño de la razón produce monstruos”. Imaginémonos que tipo de seres pueden aparecer bajo el sueño del intelecto.

Esta visión complementaria del Sol y de la Luna a ambos lados de la Cruz la podemos relacionar con el hexagrama que aparece en la Basílica del Pilar y que representa el Sol sobre la Luna.

Li es el trigrama que representa al Sol y K'an el trigrama de la Luna

En la escritura ideogramática china el concepto “Pensar” (Sy) se escribe mediante la unión del pictograma “tián” que representa un campo, un terreno roturado y el pictograma “hsin” que representa un corazón y que tiene sentido también de fuego, centro, lo íntimo, espíritu, voluntad, idea, ambición, alma.


Así podemos ver que en la concepción china el acto de pensar viene determinado por la unión del corazón y del campo o cerebro.  Un “campo”, de alguna manera, es un terreno racional con sus ejes de coordenadas y es adecuado para representar el cerebro.









Si añadimos al ideograma sy, pensar el pictograma li, espada; tendremos escrito la idea de penetración, agudeza de pensamiento, análisis, dicernimiento. La espada está siempre relacionada simbólicamente al acto de separar la verdad de la mentira.


Fuxi y su consorte Nu-gua entre el Sol y la Luna. Ella porta un compás y el una escuadra. Los fundadores de la tradición china están representados como la conjunción de los opuestos; el cuadrado y el círculo, lo femenino y lo masculino, el Sol y la Luna.

jueves, 6 de enero de 2011

El Gnomon, el Pilar, el Ebro y los hebreos

              El Gnomon y el Pilar

    El Gnomon fue el primer instrumento astronómico, era una simple varilla clavada en el suelo, cuya sombra giraba según la ubicación de la Tierra con respecto al Sol; el largo de la sombra cambiaba en distintas estaciones del año, y así mismo durante las diferentes horas del día. Este primer instrumento se llamaba gnomon, más conocido como el vástago del reloj de sol. Las referencias más explícitas al uso de este instrumento en el Occidente han llegado a nosotros a través de los etruscos, de sus herederos los romanos y de los griegos. 

    Este instrumento también llamado lituus lo utilizaba el Augur quien era el que ejercía esa función que englobaba la construcción de altares, templos, casas, asentamientos militares y en general cualquier ordenación del territorio por pequeña que esta sea. Este Augur era el que advertía en el cielo unas coordenadas; el punto en donde éstas se ínterseccionaban se proyectaba en el suelo y éste, que pasa a ser el centro de la ciudad, es lo que propiamente se llama templum. El templum era un diagrama trazado en el suelo mediante el lituus, y que tenía carácter analógico y por tanto no implicaba una transposición literal de las directrices advertidas mediante el escrutinio de la topología celeste. El templum podía ser dibujado, dicho o gesticulado, pero de cualquier manera representaba sintéticamente el orden general del cielo en un lugar determinado; en el caso de que el Augur dibujase sobre el suelo el diagrama éste era generalmente circular y dividía el territorio en cuatro partes. Los antiguos etimologistas hacen derivar la palabra templum de tueri, mirar, escrutar, observar. 

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Así, toda fundación es ante todo una fecundación de la tierra virgen por el espíritu divino, y toda fecundación es una unión de contrarios en la unidad. Fundar una ciudad significa refundar el Cosmos, repetir la cosmogonía, y esta refundación tiene carácter hierogámico: un matrimonio sagrado entre la tierra a ocupar y la otra Tierra prototípica, celeste e Ideal; la de abajo se estructura a imagen y semejanza de la de arriba, y ese trozo de tierra sacralizada pasaba a ser Centro del Mundo, templo a cielo abierto, habitáculo de la "presencia real" de la Divinidad . 

  El rito fundacional de la tradición etrusco-latina al cual nos vamos a referir, consta de un doble tiempo que se plasma en una doble acción ritual. En primer lugar, y como condición de posibilidad, era imprescindible el rito de la Contemplatio. Esta parte del rito era efectuada por un magistrado: el Augur. La Contemplatio consistía en, una vez alcanzado un lugar elevado, generalmente la cima de una montaña que en virtud del rito que se va a efectuar, se convierte en Eje del Mundo, Montaña Cósmica, escrutar el cielo y según la topología que ofrezca en ese instante advertir en ella dos coordenadas, dos meridianos cruzados que configurarán, convenientemente dibujados sobre la superficie de la tierra, las dos direcciones principales o ejes de la ciudad

 El Augur era el único capaz de determinar el significado exacto de los signos advertidos en el cielo, su Ciencia era secreta; así, en el caso de que todo estuviera conforme al rito y que los signos fueran favorables él era el encargado de comunicar a los demás la conveniencia o no de fundar una ciudad en el lugar previamente escogido. En el caso de que se dieran las condiciones celestes favorables quedaba así in-augur-ada la ciudad. 

El arquitecto romano Marco Lucio Vitruvio, explica con detalle el método –heredado de los etruscos– empleado en las fundaciones de nuevas ciudades y campamentos: 

“…se sitúa en el centro de la ciudad una losa horizontal de mármol, perfectamente nivelada, o se aplana y se nivela simplemente un lugar de modo que no sea precisa la losa horizontal. En el punto central de este sitio se instala un gnomon de bronce, que sirve para marcar la sombra del Sol, y que se llama en griego skiateras: se toma y se marca con un punto la sombra que el gnomon señala unas cinco horas antes del mediodía, y poniendo una punta del compás en el centro, se traza una circunferencia. Se observará igualmente después de mediodía, y poniendo la sombra de este gnomon, que va creciendo, y cuando tocare la línea de la circunferencia y haya hecho por la tarde una sombra igual a la de la mañana, se marcará este segundo punto. Tomando como centro estos dos puntos, se trazan con el compás dos círculos que se corten, y por la intersección y el punto central se traza una línea que indicará la dirección del Mediodía y del Septentrión…” 
  Por otra parte, en el subsuelo del templum se construía una cavidad llamada mundus en la cual se alojaban tres cosas: los restos del ave que fuera portadora de los buenos Augurios, un puñado de tierra traída de una ciudad hermana y, los restos del héroe fundacional. Así en el mundus se "fijaban" los tres niveles cósmicos: Cielo (simbolizado por el ave), Hombre (héroe fundacional) - Tierra (puñado de tierra), y sólo en virtud de ser unión de estos tres niveles cósmicos se puede decir que es un Centro; y es a partir de este "Centro del Mundo" que se repite la cosmogonía demarcando en el territorio, es decir en la dimensión horizontal, el "límite de lo sagrado". El mundus era una cavidad circular y se cubría con una losa de piedra, sobre la cual se erigía un altar en donde se encendía un fuego que pasaba a ser el focus de la ciudad. En este preciso momento el héroe fundacional daba nombre a la ciudad: un nombre secreto, otro sacerdotal y el nombre público, lo que equivale necesariamente a "nombrar" los tres niveles antes mencionados y de los cuales la ciudad era síntesis. 
Cesar Augusta

 
Pero la Contemplatio no era sólo un trabajo de advertir en el cielo las coordenadas que regirán luego las características principales de la ciudad, era también un "esperar". Este "esperar" (contemplando) es un acto de recogimiento en estado de alerta para advertir el signo del cielo o prodigio (algo fuera de lo normal). Se espera una señal, un ángel. Este signo angélico o figura alada tomaba la forma de un ave, y, en el ritual romano, el ave escogida era generalmente un águila. 
 "Augur", "Pont" pontifex, "Max"  maximus.

Estas tres cosas que fijaban en el “mundus”, de alguna manera se encuentran de forma simbólica en la Basílica, el Ángel, la Virgen y la columna como tierra de la ciudad hermana. Esta ciudad hermana podría ser Jerusalén o Éfeso por ciertas circunstancias que la pueden hacer nominada.

Esta segunda acción se ejecutaba posteriormente al trazado de las direcciones de los ejes principales de la ciudad por parte del agrimensor, oficio éste tan excelso como el del Augur, quien con un instrumento llamado gnomon trazaba el cardo y el decumanus maximus acorde con el curso del sol. Cardo quiere decir "eje", es decir, línea en torno a la cual gira el sol, de Norte a Sur, y decumanus debe su nombre, según algunos tratadistas antiguos, a la contracción de duodecimanus, la línea de las doce horas entre la salida y la puesta del sol, es decir de Este a Oeste. El rito realizado por el agrimensor constaba de tres fases: trazado de un círculo entorno al gnomon, determinación del eje Este-Oeste acorde con el curso del sol y de su perpendicular Norte-Sur y trazado del cuadrado inscrito en el círculo. Estas tres fases del rito corresponden igualmente a las tres figuras fundamentales (círculo, cruz y cuadrado) que simbolizan los tres niveles (Cielo-Hombre-Tierra) 
Rómulo y Remo con la yunta de bueyes.

   
Después de esto y una vez que se disponía de los ejes elementales que ordenarían la morfología de la ciudad, se procedía a la demarcación de los límites que esta ocuparía en el territorio. Este demarcar consistía en establecer una cuadratura: perpendicularmente a cada eje se trazan cuatro surcos que formaban un cuadrado. Este surco, llamado sulcus primigenius, lo trazaba el fundador de la ciudad sirviéndose de un arado de bronce. El arado era llevado por una novilla y un toro blancos, el toro caminaba por la parte exterior del surco y la novilla por la parte interior. Los animales debían de ser blancos pues, en sentido ritual, era éste el color del pasaje, de la iniciación; los animales blancos sacralizaban un terreno antes profano mediante el rito: la tierra había sido iniciada y conformaba una base firme para la construcción. 

El fundador llevaba el arado oblicuamente de manera que la tierra levantada por éste cayera en la parte interior del surco. La hendidura hecha por el arado era lo que se llamaba fossa y la tierra sacada por el arado se llamaba "muro". Ovidio relata cómo Rómulo, el fundador mítico de Roma, abre una zanja profunda y la llena de frutos, la cubre con tierra, levanta un altar sobre ella y a continuación se dispone a trazar, con el arado, los límites de la ciudad, lo que será el muro. Este muro por su estricta condición ritual era sagrado y por lo tanto no se podía traspasar; cuando era necesario establecer una salida al exterior el fundador levantaba el arado y la franja de tierra no fecundada por éste era lo que se llamaba "puerta", que al no poseer valor sagrado podía ser traspasada. 
 Salida del Sol el 2 de Enero, desde la torre oeste

En Zaragoza este centro se encuentra en lo que es ahora la Iglesia de la Santa Cruz, llamada así por encontrarse en la encrucijada entre el “Cardo” y el “Decumanus”. Desde el punto de vista Cristiano la ciudad de Zaragoza es fundada por el apóstol Santiago, al que se le aparece la Virgen María trayéndole el “Pilar”, que como nuevo e inmortal gnomon es el que a partir del año 40 definirá el centro de la ciudad. Esta asignación del “Pilar” como gnomon está expresada por la orientación de la Basílica. Esta en su eje este-oeste presenta una orientación a la salida del sol del día 2 de enero, fecha de la aparición mariana. 

Ya conocemos que el núcleo esencial de la tradición pilarista consiste en la milagrosa aparición de la Virgen María, que aún vivía en Jerusalén, antes de su Asunción a los cielos, al Apóstol Santiago el Mayor, en Cesaraugusta, para confortarlo en su tarea de evangelización de Hispania. Y así en recuerdo de aquel acontecimiento, se levantó en el mismo lugar, junto al río Ebro, una capilla en honor de Santa María, venerando su imagen sobre un pilar o columna. 

 
El Pilar entre los "Hijos del Trueno" Santiago al oeste y San Juan al este.

  La primera consignación por escrito que se conoce de esta tradición es un texto latino de finales del siglo XIII. Su relato está escrito en los folios finales de un códice en pergamino de los Moralia in Job de San Gregorio Magno. En el se lee: «Habiendo pues salido el Bienaventurado Santiago de Jerusalén, vino a predicar a las Españas, y, pasando por las Asturias, llegó a la ciudad de Oviedo, donde convirtió un discípulo a la Fe de Nuestro Señor Jesucristo. Y entrando en Galicia, y habiendo predicado en la ciudad del Padrón, pasando después a la región llamada Castilía, que es la mayor España, vino ultimadamente a la España menor, que se llama Aragón, en la región dicha Celtiberia, donde, en las riberas del Ebro, está situada la ciudad de Zaragoza. 

"Moralia in Job"

Predicando en ella muchos días el Bienaventurado Santiago, convirtió ocho personas a la Fe de Nuestro Señor Jesucristo, con los cuales, tratando continuamente del Reino de Dios, se salía de noche a la ribera del río, donde se echaban las pajas y basura, retirándose allí por amar la quietud y por evitar las turbaciones y molestias de los gentiles. Y, dando primero a los fatigados miembros el debido descanso, se entregaban luego a la oración. Continuando, pues, algún tiempo estos ejercicios, una noche, en medio de su curso, estando el Bienaventurado Santiago con los fieles cristianos sobredichos en contemplación y oraciones ocupado (y durmiendo algunos de ellos), oyó voces de ángeles, que cantaban: AVE MARIA, GRATIA PLENA. El cual, postrándose al instante, de rodillas, vio a la Virgen Madre de Nuestro Señor Jesucristo, que estaba entre dos coros de millares de ángeles, sobre un Pilar de piedra mármol, en donde, con acordes acentos, la celestial milicia de los Ángeles dio fin a los Maitines de la Virgen Maria, con el verso BENEDICAMVS DOMINO. 

El cual acabado, la Bienaventurada Virgen María llamó para si muy dulcemente al Bienaventurado Apóstol Santiago y le dijo: "He aquí; hijo Diego, el lugar señalado y diputado a mi honra, en el cual, por tu industria, en memoria mía, sea mi iglesia edificada. A tiende a este Pilar, que tengo por asiento, porque ciertamente mi Hijo y tu Maestro lo ha enviado del alto Cielo, por manos de los Ángeles. Junto a él asentarás el Altar de la Capilla, en el cual lugar, por mis ruegos y reverencia, la virtud del muy Alto obrará prodigios y portentos admirables, especialmente en aquellos que, en sus necesidades, invocaren mi favor. Y estará el Pilar en aqueste lugar hasta el fin del mundo, y nunca faltará en esta Ciudad quien venere el nombre de Jesucristo mi hijo." Alegróse entonces mucho el Apóstol Santiago, dando, por tanto favor, innumerables gracias a Nuestro Señor Jesucristo y a su Bendita Madre. Y luego, súbitamente, tomando aquella compañía celestial de los Ángeles a la Señora y Reina de los Cielos, la volvieron a la ciudad de Jerusalén y la pusieron en su retiro. Vivió después de esto en carne mortal (según la más cierta opinión) once años. Este es el ejército y compañía de aquellos millares de Ángeles que Dios Nuestro Señor envió a la Virgen María en la hora que concibió a Nuestro Señor Jesucristo, para que la asistiesen y en todos sus viajes la acompañasen, y guardasen sin lesión alguna al Niño Jesús. 

  
"Moralia in Job"

Y el Bienaventurado Apóstol Santiago, de tanta visión y consuelo en extremo gozoso, comenzó luego a edificar allí la iglesia, ayudándole los sobredichos discípulos que había convertido a la Fe de Jesucristo. Tiene la sobredicha Capilla ocho pasos, poco más o menos, en ancho, y dieciséis en largo; en la cual está el Santo Pilar, a la parte alta hacia el Ebro, con el Altar».

Como advertimos en este texto, es el Apóstol Santiago el que hace de “augur” o “pontifex” e inaugura el nuevo destino de Zaragoza centrada en el Pilar como nuevo gnomon. En la iconografía Santiago aparece con su vara semejante al “lituus” y con la concha que hace las veces del simpulum, instrumento con forma de copa o cucharón y que era utilizado por los augures para hacer libaciones. Como podemos observar en el reverso de este denario, acuñado por Julio César, aparecen los atributos sacerdotales del augur, llamado “pontifex maximus”, y aquí el lituus aparece en la moneda asociado a el simpulum. 

 

Anverso aparece el busto de César Augustus  
 Como anteriormente hemos dicho toda fundación es principalmente una fecundación de la tierra virgen por el espíritu divino, y toda fecundación es una unión de contrarios en la unidad. Fundar una ciudad significa refundar el Cosmos, repetir la cosmogonía, y esta refundación tiene carácter hierogámico: un matrimonio sagrado entre la tierra a ocupar y la otra Tierra prototípica, celeste e Ideal. Esta unión entre la Tierra y el Cielo la efectúa el “pontífes maximus” o constructor de puentes.




La Basílica del Pilar es un templo Católico, palabra que significa universal y que tiene la misma raíz que el término actual holístico, también es un templo Romano como vemos por sus similitudes simbólicas y Apostólico por su filiación concatenada a Santiago como fundador.
Existen varias circunstancias confluyentes en esta fundación que la hacen extraordinaria. Empezaremos recordando que el Pilar se fundó a la orilla del río Ebro por un hebreo. El termino hebreo eber (רבץ) además de caminar significa cruzar, atravesar, penetrar, analizar. La frase ןדריה רבץ Eber ha Iarden significa «al otro lado del Jordán». Otro significado de Eber es concebir, germinar, embarazar y hebraizar. Este término con una iod final designa al hebreo.

Para entender estas relaciones es necesario profundizar en la semiología de esta palabra Eber, término que ya Caramuel relacionaba con Iberia y Ebro. La Historia del Pueblo hebreo empieza con el Patriarca Abraham, porque. es el primero que la Biblia llama: Hebreo; "Abraham, el hebreo" se dice, en el capítulo 14 del Génesis.
Solo a los descendientes de Abraham, se les llama hebreos. Esta palabra viene del nombre de Eber, que fue, según el texto, antepasado de Abraham. Eber era descendiente de Shem, uno de los tres hijos de Noé.
Como hemos dicho, eber o hebreo viene del verbo que significa pasar, atravesar. Según la tradición, los hebreos, y en particular Abraham, son los que han pasado el Jordán, y por esto están "separados" del resto del mundo. El mundo se encuentra a un lado del río y en el otro lado se hallan Abraham y los descendientes de Eber. También son los que atravesaron el Mar Rojo, dejando Egipto para marchar hacia la Tierra Prometida.
Cruce del Mar Rojo siguiendo el "Pilar" (Capilla Sixtina"

En el Evangelio, vemos que Jesús también está más allá del Jordán. De este modo, simbólicamente, los hebreos representan a los santos separados del resto del mundo. Por esto se dice que una cosa es "Santa", porque en lengua hebrea la palabra "Santo" quiere decir "separado" (del verbo kadosh: separar). El Santo es pues, etimológicamente, el que se encuentra separado.

Como vemos, el hebreo bíblico es proclive a hacer juegos de palabras. Así, la palabra "Eber" no significa sólo "cruzar", sino también "impregnar". Impregnar, literalmente, equivale a introducir fluidos de un cuerpo en otro; pero también "empapar", mojar una superficie porosa hasta que no admita más líquido. Podemos pensar que Eber, es decir, "cruzar las aguas", podría hacer referencia a algo así como la "purificación por las aguas", o al "comienzo de una vida nueva". Como es bien sabido, eso es lo que simbolizaría el rito del Bautismo. De tal forma que este término que también significa fecundar, hebraizar, no hace referencia aquí de una generación carnal, si no de una generación espiritual, siendo la narración histórica únicamente el soporte de esta enseñanza fundamental de la tradición hebrea

 Volviendo al análisis del patronímico EBER, ya hemos dicho que los hebreos eran conocidos como IBRI (ירבץ) literalmente "emigrantes", y es Santiago o segundo Jacob el que da nombre al “Camino de Santiago”. El nombre Jacob (בקעי) contiene el término talón (בקע), hace referencia a que su hermano Esaú nació primero pero Jacob le siguió asido de su talón. (Gn. 25:22.26). Esta historia nos sugiere que de alguna manera todo peregrinaje espiritual lo efectuamos con el talón en Tierra pero con la cabeza en el Cielo. Como en otra parte hemos venido relacionando el Pilar con Oriente no nos parecerá una digresión apuntar que la palabra “Tao”, literalmente “Camino”, se dibuja ideográficamente mediante un talón y una cabeza. Recordemos también que Dios renombró a Jacob como Israel después que este luchó contra un ángel, quedando como consecuencia de la pelea, la articulación de su muslo luxada. Génesis 32:23-30. Como hemos dicho y vemos el hebreo bíblico es proclive a hacer juegos de palabras, y podemos añadir que la palabra luxarse, dislocarse se escribe עקי, y esta tiene tres letras del nombre Jacob בקעי, y de alguna manera también despertarse ץקי.

Caramuel

Una de las hipótesis que sostengo para explicar la convergencia de tanta diversidad de símbolos en la Basílica del Pilar es que fue planificada por los Jesuitas y otros religiosos que como Caramuel tenían un interés por las culturas y lenguas extraeuropeas recientemente descubiertas. Estos nuevos pueblos eran bienvenidos y esperados en la Iglesia y por tanto esta Iglesia debería estar preparada para hablar en su lenguaje y con signos que para ellos fueran comprendidos y así mismo familiares. En Europa esta curiosidad por las nuevas culturas era común a los sabios de entonces. Comienzan a surgir proyectos de creación de una lengua escrita universal. El primero de ellos debido al jesuita español Pedro Bermudo. A partir de esta obra, Juan Caramuel trabaja durante el año 1656 en la creación de una gramática universal.
Martino Martini
A principios de 1657 y en Roma Juan Caramuel, entabla contactos con los eruditos y sabios re sidentes en la ciudad. Uno de ellos con el famoso P. Martino Martini (1614-1661), reemprende el estudio de la lengua china. Este Padre, llegado de China dos años antes. entró en la Compañía de Jesús en 1639, y fue, luego, misionero en China, nombrado superior de la misión de Hangchow. En 1651 es llamado a Roma para dar cuenta del estado en que se encontraba la situación religiosa y militar en China. Gran conocedor de la geografía e historia chinas, publicó sobre estos temas varios libros. 

Caramuel con la ayuda del P. Martini compone una gramática y diccionario de términos de esta lengua, con transcripción fonética al latín y con su significado en portugués. 
El estudio de la escritura china -escritura ideográfica más que vocálica- le sugiere la idea de reemprender sus estudios so bre la formación de una ideografía o lengua escrita universal. Su primera obra sobre el tema, la Steganographia (1635) constituía los primeros buceos en las formas ocultas y universales de comunicación mediante caracteres escritos. Y, en este sentido, era de la opinión de que entre los cabalistas había muchas cosas apro vechables. Esta es la idea ya expresada en el Brevissimum totius Cabalae Specimen (1643) y que vuelve a señalar ahora en el Cabalae theologicae excidium. Caramuel expone que: «La Cábala no significa, en realidad, otra cosa que «interpretación muy profunda del sentido secreto de la Sagrada Escritura.  

 En 1657 publica: Cabalae Grammaticae Specimen. Y también en relación con la lengua he brea y con lo que venimos tratando sobre la Basílica del Pilar, cabe reseñar la obra Hebraeus Iberus, obra conservada manuscrita y firmada en el año 1635. Juan Caramuel busca una lengua universal que permita comunicarse entre los diferentes pueblos y con los ángeles, es decir acceder mediante ella a un conocimiento de las “Ideas”. El Hebraeus Iberus es un curioso opúsculo dividido en tres libros. En el primero expone que el ibero, la vieja lengua hispana, es la lengua prediluviana, compuesta por Adám y hablada por los patriarcas. Lengua preservada de la confusión de Babel y la única que se hablará en el cielo después de la Resurrección. En el segundo «demuestra con evidencia» que el español no se distingue en esencia del hebreo. Las gramáticas de ambas lenguas se atienen a las mismas reglas concernientes a las conjugaciones, declinaciones, sintaxis, etc. El tercero sostiene que las mismas raíces de los vocablos son comunes a ambas lenguas. Cabe concluir, pues, la identificación de ambas. La lengua hebrea - española (ibera) es la lengua del cielo, la lengua de los ángeles y de los bienaventurados.

 
Adjunto el baculo que figura en la capilla de San José en la Basílica del Pilar.  Al lado he colocado el dibujo que he copiado y que me recuerda el esquema del curso fluvial del Ebro.








Bibliografía sobre la fundación de la ciudad: La ciudad cautiva, de José Olives Puig (Ed. Siruela, 2006).