jueves, 18 de noviembre de 2010

Ulises, el mentiroso por excelencia....

 La opinión general de los romanos, era considerar mentirosos a los griegos. Como dijo Cicerón  En defensa de Lucio Valerio Flaco (IV, 9):


“Concedo sus letras, admito su conocimiento de muchas artes, no niego su gracia en el hablar, la agudeza de ingenio, la abundancia de palabras. Pero el respeto por los testimonios y la verdad, esta nación nunca los ha cultivado.” 





Ulises


  Por su parte, los griegos reconocían como campeones nacionales de la mentira a los cretenses, y llegaron a acuñar el sustantivo kretismós (cretismo), como sinónimo de falsedad.  
En efecto, Ulises, el héroe que en la Ilíada y la Odisea aparece como el mentiroso por excelencia, es admirado y alabado por la misma Atenea, diosa de la sabiduría. Pero no por Aquiles, que en el primer poema (IX, 395-403) lo llama «divino juicio» mas no le dice que «odia tanto como a las puertas del Infierno a quien piensa una cosa y dice otra».

Ulises y las sirenas

Comentando este episodio en el Hipias Menor, su diálogo sobre la falsedad, Platón hará observar a Sócrates que es más sabio quien miente sabiendo mentir, que quien dice la verdad porque no puede evitarlo.
Puesto que a Ulises le gusta jugar con el peligro, en varias ocasiones en la Odisea se hace pasar por un cretense: se lo dice en el libro XIII a Atenea, que se le presenta con la apariencia de un pastorcillo; lo repite en el XIV al viejo siervo Eumeo, esta vez disfrazándose de mendigo; y lo reitera en el XIX a Penélope, pretendiendo incluso ser el nieto de Minos.  
La peligrosidad del juego de Ulises consiste en que, si es verdad que los cretenses son mentirosos, afirmar que se es cretense significa admitir que se miente. Por tanto, todo lo que dice un cretense debería ser puesto en duda, en particular el hecho de ser cretense. Y, como en efecto, Ulises no lo es, dice la verdad mintiendo.




Ulises es realmente tal como lo pinta Atenea en su primer encuentro en el suelo de Ítaca: “¿Qué bribón, qué ladrón, aun cuando fuera un Dios, podría superarte en ardides de toda clase?. ¡Oh pérfido, oh sutil, oh tú, jamás saciado de artimañas!; ¿ni siquiera en tu país vas a abandonar esa pasión por la mentira y los engañosos discursos?” (XIII, 292/295)…
Polifemo es el hombre primitivo que posee solo un ojo para mirar el mundo así su visión carece de perspectiva, profundidad. A esta forma de mirar vence la inteligencia doble de Ulises, hombre civilizado, cuya percepción binocular permite jugar con la doblez.
En gran parte, el éxito de esta victoria descansa sobre un enredo de lenguaje. El cíclope le pide a Ulises que le revele su identidad; es el precio por el acuerdo de hospitalidad que él le ofrece. Ulises responde que se llama Nadie (Oútis): “Me preguntas, Cíclope, por mí ínclito nombre. Te lo diré al punto, pero me otorgarás el don que acompaña a la hospitalidad, tal como me lo prometiste. Nadie (Oútis) es mi nombre. Nadie me llaman padre, madre y demás amigos. Así me expresé y su impío corazón respondióme: pues bien, me comeré a Nadie de último, después de todos. Ese es el don que tengo como huésped” (IX, 364-367).


A Ciclopia se la identifica como tierra de volcanes y cada Cíclope es representación alegórica del volcán. No obstante Polifemo, seguro de su fuerza, niega el don que a nadie se niega, ni al desconocido, y que era atávica obligación. Ulises ofrece de su odre al Cíclope un fuerte vino emborrachándolo. Con la propia maza del Cíclope, calentada al fuego, Ulises y sus compañeros se la clavan en su único ojo de la frente, dejándolo ciego. Entonces, escapan fuera de la gruta donde estaban cautivos y se internan con su embarcación en el mar.

Esta mentira sobre su nombre fue muy útil en los momentos de la fuga, después que Ulises y sus compañeros hubieran dejado ciego a Polifemo. A los gritos de dolor de éste, sus congéneres cíclopes inquirían: “¿Alguien te ha hecho daño?” y Polifemo respondía: “¡Nadie me clavó un palo en el ojo! ¡Nadie me ha dejado ciego!”, ante lo cual, convencidos de que el gigante estaba loco, volvieron a sus casas muy confiados y no obstaculizaron de manera alguna el escape de los aventureros.



Epiménides

   Hacia el siglo VI a.e.V. hubo, sin embargo, un cretense, de nombre Epiménides, que pasó a la historia por haber afirmado: «Los cretenses son mentirosos.» Lo cual, presumiblemente, debía ser interpretado como: «Todos los cretenses mienten siempre.»
Puesto que Epiménides era cretense, su afirmación no podía ser verdadera. Por tanto, debía de ser falsa, es decir, debía de haber al menos un cretense que a veces decía la verdad:  una excepción entre su pueblo. De todas maneras  no es seguro que ese cretense fuera Epiménides. Y aunque lo hubiera sido, no es seguro que la verdad fuera precisamente la pronunciada en esa ocasión. En otras palabras, no había  discusión: la frase pronunciada por Epiménides era falsa, como por otra parte él mismo había anunciado de manera implícita. Tal vez , la fama del dicho, derivaba del aura que rodeaba a este personaje.  Epiménides de Cnosos fue un profeta y sabio griego del siglo VI a.J. probablemente asociado a tradiciones chamánicas: los tatuajes que le atribulle Pausanias y el largo sueño de 57 años (50 según Plutarco) en una cueva bendecida por Zeus parecen apoyar esta  suposición.   Durante ese  largo sueño en la gruta  del dios cretense de los misterios,  se había sometido a interminables ayunos, alimentándose sólo de una poción vegetal sugerida  por las Ninfas y conservada en una pezuña de buey. Cuando murió, se descubrió que tenía la mayor parte del cuerpo tatuado, según  el uso de los chamanes, y entonces quedó claro de dónde provenía su poder para purificar a Atenea de una peligrosa contaminación.
  El primer testimonio sobre el dicho de Epiménides data del siglo  III a.e.V, en el Himno a Zeus de Calímaco, donde el poeta se plantea el problema de decidir dónde ha nacido el padre de los dioses: si en Creta, en el monte Ida, o en Arcadia, en el Liceo. Puesto que la mayoría se inclinaba por la primera localidad, Calímaco opta por la segunda, sosteniendo con agudeza que, precisamente porque los Cretenses son embusteros, mienten cuando sostienen que Zeus nació en Creta. Y se traicionan ostentosamente cuando muestran a los turistas su tumba, olvidando que los dioses son inmortales.

 Los cretenses, como todos los pueblos, no solían coincidir entre sí y, por tanto, no podían sostener que todos eran mentirosos. De hecho,  sólo se ponían de acuerdo frente a un enemigo común, en cuyo caso constituían lo que hoy se  denomina un “sincretismo”, es decir, una «confederación cretense». Aunque, en sentido figurado, y sobre todo a partir de Erasmo, el término pasó a denotar la confluencia de varias doctrinas filosóficas o religiosas.

Fue Eubúlides, nativo de Megara, quien dijo, en el siglo IV a.e.V, que  el sentido cambia por completo si alguien afirma: «En este momento, estoy mintiendo.» Porque entonces no sólo,  la frase no puede ser verdadera, pues de lo contrario sería falsa, sino que tampoco puede ser falsa, porque de otro modo sería verdadero su contrario y, por tanto, también sería verdadera.
 Se trata de una contradicción propiamente dicha: una frase «dicha contra (sí misma)», en el sentido de que es verdadera si es falsa y falsa si es verdadera. O,  de alguna manera, una paradoja: una afirmación que va «más allá de la opinión común» y, por tanto, resulta sorprendente o inesperada. O, aún mejor, una antinomia: algo que va «más allá de las reglas», en este caso del pensamiento.

Ulises atado al palo mayor, escuchando a las sirenas.


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