martes, 11 de octubre de 2011

La Clonación del Pensamiento

Para dilucidar y discriminar las diferencias que existen en conceptos como unidad y uniformidad, deberemos recurrir a fundamentarnos sobre la metafísica. Para aclarar este asunto, recuriremos al arquetipo del eje. Posicionándonos ante él podemos determinar esta dialéctica así: arriba, «unidad», intemedio «diversidad y multiplicidad» y aún más abajo «uniformidad».





El término de abajo, uniformidad, refleja la tendencia principal del mundo moderno. Es lo que el estado actual impone a la naturaleza, por ejemplo en el caso de la agricultura nos encontramos con el monocul­tivo, el agotamiento o la disminución del «caudal genético», etc. En la sociedad, son las organizaciones gigantes, las unidades de producción monstruosas, la producción masiva, la estandarización, la mecanización, y,  por lo que respecta al hombre, la educación masiva. En efecto, le debemos a Ivan Illich la aserción según la cual la producción masiva de personas, por la educación obligatoria, quedó instituida un siglo antes que la producción masiva de bienes materiales. Iván Illich Doctor en teología y filosofía en la Universidad Pontificia Gregoriana de Roma, trabajó como párroco asistente en Nueva York.
Mas tarde vicerrector de la Universidad Católica de Puerto Rico.
Su libro más aclamado fue La sociedad desescolarizada (1971), una crítica a la educación tal y como se lleva a cabo en las economías "modernas".
Este texto es más que una crítica, pues contiene propuestas en positivo para reinventar el aprendizaje a lo largo de toda la sociedad y de toda la existencia de cada individuo. Es de particular importancia, por su actualización, su propuesta de crear "telarañas de aprendizaje" (learning webs) apoyadas en tecnologías avanzadas.


Me gustaría insistir en el hecho de que la unidad y uniformidad se parecen mucho. Y lo más importante es que deberíamos educar nuestros espíritus y nuestros ojos a distinguir entre unidad y uniformidad. La unidad es dificil de alcanzar, es muy difícil de realizar en nosotros mismos. Incluso un santo como Pablo tenía que luchar contra esta falta de unidad en sí mismo. «El bien que deseo, no lo realizo; pero el mal que no deseo, lo realizo, pobre hombre que soy». A través de mi espíritu sirvo a la ley de Dios; a través de mi cuerpo, sirvo a la ley del pecado.

La unidad tiene pues algo que ver con Dios. La diversidad y la multiplicidad atañen a nuestra Tierra. Y la uniformidad tiene que ver con el infierno. La diferencia, pese a la semejanza de los términos, entre la unidad y la uniformidad, es la máxima diferencia posible. Pero como sabemos, y como sabian nuestros antepasados, Satanás es el imitador de Dios, y por tanto la uniformidad le corresponde integramente ya que es la parodia de la unidad.

Si recordamos las tesis de el último libro de Réné Guénon «Reino de la Cantidad». Allí se comentaba que este reino tiende a aumentar, a solidificarse, y de esta manera llega a la uniformidad y la vida se convierte en un infierno. En la medida exacta en que nos deshagamos de la cantidad, el reino de la calidad puede ocupar su lugar, y podemos entonces elevarnos hacia la unidad que, como sabernos, recibe también el nombre de «reino de Dios».




A partir de aquí, veamos qué podemos dilucidar con respecto a las estructuras ¿Cuántos centros necesitamos? En último grado, en la cúspide, no hay más que un centro, inmaterial, que es el divino. Podemos decir que en el trabajo, las cifras elevadas, las grandes cantidades, tienden inevitablemente hacia la uniformidad. Aquí nos hace falta la descentralización. Pero la grandeza, la universalidad, el impacto mundial de las ideas -en la medida en que estas ideas sean buenas- pueden conducir a la unidad. Si son deletéreas, pueden también probablemente conducir a la uniformidad.

Cada uno de nosotros tiene necesidad de ocuparse de lo suyo, es más, de ser su propio centro; el poder de hacer debe estar descentralizado y, al mismo tiempo, en cuanto seres espirituales tenemos una sola orientación, hacia un solo centro, y únicamente si se posee esta orientación convergente podrá alcanzarse la fraternidad del hombre, si se me permite esta nota sentimental aunque muy significativa. Pues sucede que a cierto nivel nos dispersamos en numerosos grupos, y además la unidad debe ser realizada por una fuerza superior que coordine los pensamientos, los sentimientos y los esfuerzos de la gente.




           Debemos dejar de preguntarnos si la centralización o la descentralización son en sí algo bueno. Seamos precisos: sepamos distinguir lo que debe estar centralizado o descentralizado. Tender hacia la unidad en un plano ideal, por ejemplo hacia la unidad de las reglamentaciones, podría suponer una uniformidad terrible si lo traducimos al ámbito material pensando que el Estado mundial podría resolver nuestros problemas. Podríamos decir que, una vez inventada, una cosa verdaderamente buena podría ser universalmente conocida y aplicada. Pero ello no significa que la producción deba estar centralizada, como lo quiere la tendencia del mundo moderno, con compañías multinacionales y sus múltiples ramas.

Los estudiosos en el conocimiento de las religiones genuinas nos dicen que hallan convergencias. No es que las religiones mismas converjan -ya que la verdad es idéntica a sí misma y no converge- sino es la comprensión la que converge. A través de un análisis profundo y serio se descubre que todos los caminos y religiones llevan a Roma, es decir convergen hacia la Verdad.


                     

Santo Tomás de Aquino, por ejemplo, escribió un libro, que se hizo célebre, en el que comenzó por sentar las bases: «El hombre fue creado para alabar, reverenciar y servir a Dios nuestro Señor y, de este modo, salvar su alma. Y las otras cosas sobre la tierra fueron creadas para el bien del hombre, para ayudarle a perseguir el fin para el que fue creado». Santo Tomás muestra que los medios no deben sobrepasar los fines.

Reflexionando sobre estos medios, ahora y desde hace bastante tiempo viene imponiéndose un pensamiento de tipo socialdemócrata, condensado en tópicos o mitos, hasta el punto de que ha sido adoptado en gran medida también por miembros de la Iglesia Católica. Ya Tocqueville advertía contra lo que llamó "despotismo democrático", que coincide casi punto por punto con los ideales y aspiraciones de una socialdemocracia desprovista solo a medias del dogmatismo marxista. Un despotismo que, advertía, puede volver aparentemente inútil o innecesaria la libertad e imponerse manteniendo los aspectos externos de la democracia: un estado providente ejercería sobre los individuos una tutela que se parecería a la paterna si no fuera porque esta tiene por objeto "preparar a los hombres para la edad viril", mientras que la del estado persigue "fijarlos irrevocablemente en la infancia". Tenemos ejemplos diversos que se manifiestan en la proliferación de normativas como la del tabaco y otras substancias.

          

      Esta tendencia a la “uniformidad” la podríamos denominar figuradamente: “la clonación del pensamiento”
     La ciencia biológica se interesa en la clonación y hace tiempo que se está gestando, aunque se encuentra en experimentación. La clonación de animales ya se ha realizado y la clonación de los seres humanos es posible que furtivamente se halla realizado. Esta perversión científica atenta contra la fuente de la vida humana y envilece la dignidad del hombre. 




Existe la tendencia hacia la clonación espiritual. Esta forma de sutil clonación tiende sus tentáculos sobre el pensamiento, la conciencia, la inteligencia y la voluntad del hombre. Esta clonación es más terrible que ninguna otra. Porque no se trata de hacer en una probeta dos cuerpos humanos exactamente iguales, sino algo peor, pues se pretende eliminar del la inteligencia y la voluntad.

El procedimiento de esta clonación del pensamiento consiste en ir repitiendo una y otra vez, por todos los medios audiovisuales, los esquemas de una ideología y una conducta depravada y jactanciosa.

La clonación del pensamiento tiene como fin el pensamiento único.
Siguiendo estas pautas, todos los hombres deben pensar hablar y actuar como el modelo, como el prototipo que se nos muestra en debates, en películas, en teatros y en programas de televisión. Disentir, pensar lo contrario de la multitud masificada, no es aceptable. A todos aquellos que defienden una opinión contraria se les llama retrógrados, intransigentes, anticuados y se les ridiculiza, convirtiéndolos objeto de mofa y de burla. 


Esta atmósfera mental y su correspondiente comportamiento se difunde y repite hasta la saciedad., obligando a no perder la guardia para evitar que se graben no sólo en la retina de los ojos, si no también en lo más íntimo del corazón y de la mente. De alguna manera, todos los que ingenuamente escuchan, miran y observan , están expuestos a caer en sus lazos por falta de la crucial red del disciernimiento.
Tan grande es la persuasión y la influencia que los medios de comunicación ( los cuernos de la Bestia) ejercen en el mundo, que dejan honda huella en muchos corazones, sobre todo, en aquellos que no tienen todavía una conciencia clara del bien y del mal. Y son tan receptivos que cualquier cosa que ven y oyen se les queda profundamente grabada, deformando su conciencia y alienando su voluntad.

En esta «trampa, lazo y piedra de tropiezo» no sólo caen los niños y los jóvenes, sino también los ignorantes de «las cosas del Espíritu de Dios», que no tienen «firmeza en la fe» y que, «habiendo perdido el sentido moral», están «a merced de la malicia humana y de la astucia que conduce engañosamente al error». La clonación del pensamiento está bien planificada por el “anticuado Satanás” y sus secuaces que, «con astucia, están falseando la Palabra de Dios y la manifestación de la verdad», y seducen y engañan con mentiras a los incautos e ignorantes. 


       Es tan grande «el influjo de Satanás, que seducirá a los que no han aceptado el amor de la verdad. Su acción es demoledora y termina convenciendo incluso a todos aquellos que, en un principio, amaban la rectitud y repudiaban la conducta depravada de muchos hombres; pero, al final, sucumbieron a la tentación, porque no «estaban revestidos de Cristo». No vencieron, porque no «tenían las armas de Dios» y no «estaban fortalecidos interiormente mediante la acción del Espíritu»; y abatidos por la astucia del cazador, cayeron como peces apresados en la red, como pájaros atrapados en trampa

Muchos hombres han sido seducidos y «engañados en la trampa mortífera que les ha tendido, «el Príncipe de este mundo». 


 La clonación del pensamiento es terrible y sumamente peligrosa, porque despoja al ser humano de su propia identidad.
Quítale a un hombre la palabra, y lo habrás dejado mudo; pero seguirá siendo un hombre. Quítale la luz los ojos, y lo habrás dejado ciego; pero seguirá siendo hombre. Quítale las riquezas, y lo habrás dejado pobre; pero no dejará de ser un hombre. Quítale el pensamiento y capacidad de pensar por sí mismo, de discurrir y de buscar la verdad libremente, y habrás acabado con la dignidad del hombre como individuo y como persona. Entonces te encontrarás cara a cara con «una bestia», criatura sin capacidad para pensar, sin inteligencia para comprender y sin voluntad para decidir libremente su destino. 


La pretensión del impío es que todos compartan su impiedad y que todos acepten como bueno lo que en sí mismo es moralmente malo. El fin de la clonación es el pensamiento único. El pensamiento único acepta, como un logro de la libertad, lo que es una esclavitud; como un avance de la ciencia, lo que es un retroceso .

Pero «tú, hombre de Dios», «no te dejes arrastrar al mal por la muchedumbre»; antes bien, «examina lo que le agrada al Señor y no participes en las obras infructuosas de las tinieblas »



Bibliografia.
E. F. Schumacher, "Guia para perplejos y "Lo pequeño es hermoso".
Rene Guenon, El reino de la cantidad y los signos de los tiempos.
Consuelo, "La Verdad, espada que divide".
Luis M. Grignon de Montfort,    El Tratado de la Verdadera Devoción a la Santísima Virgen